La defensa del cigarrillo y la libertad de elegir

boton«En un Estado libre, todo hombre, considerado como poseedor de un alma libre, debe gobernarse por sí mismo», Montesquieu, Espíritu de las leyes 1. 12, c.4.

Desde el inicio de la oleada regulatoria del tabaco en Chile, hace casi dos décadas, la Ley se ha modificado a punta de prohibiciones. Asimismo, el 1 marzo de 2013, aumentaron los límites en cuanto al consumo en lugares cerrados accesibles al público, venta y publicidad del cigarro. Ese gran día significó un tiro de gracia para la población de fumadores del país, un acto antidemocrático que segregó a 6 millones de chilenos a disfrutar un pucho oculto, como si cometieran un acto vergonzoso.

Es así como se ha puesto en práctica alrededor del 80% del instrumental posible de aplicar y, sin embargo, la baja en el consumo del tabaco ha sido sólo de un 2%. Por lo tanto ¿vale la pena tanta restricción a las libertades de la personas para lograr resultados tan pobres?

Claramente las actuales condiciones y la nueva moción que endurece la Ley del Tabaco para ajustarla al Convenio Marco de la OMS, dejan mucho que desear. Más bien parecen medidas “moralistas”, en la que nuestros políticos figuran como hombres conservadores, que no aseguran la libertad civil del ciudadano, sino que coarta la facultad de hacer, el temor de ser increpado y castigado por el hecho de fumar.

Si bien nadie pretende que esté permitido echar humo en todos lados, reservar parques y plazas para no fumadores y menores de edad, es transformar los espacios públicos en el privilegio de algunos.

A esto se suman otras formas abusivas que limitan la autonomía de los que disfrutan del tabaco, como el etiquetado genérico, impedir el uso de términos “light” o “ligero”, la venta de cigarros mentolados, fumar en automóviles, y la última genialidad, eliminar la cajetilla de 10 del mercado.

Para los que aún no saben, estas indicaciones pretenden evitar el mal ejemplo y disminuir el inicio del consumo en menores de edad, pero ¿no vemos en la calle malas prácticas a diario? O ¿no es rol de los padres educar a sus hijos sobre los efectos nocivos del cigarro? ¿No le corresponde al Estado hacer campañas masivas educativas enfocadas a niños y jóvenes, pero no en detrimento de adultos que asumen a consciencia los costos de consumir tabaco?

La tónica de impedir a través de leyes no es la forma de resguardar la salud ciudadana, sino de oprimir a las personas y entregarles caminos equivocados que no van en el orden de la concientización.

El respeto y la tolerancia son bases fundamentales para convivir en sociedad. Si la dedicación de parlamentarios se enfocara en estos valores, el criterio y la autorregulación de la personas sería el mejor camino de advertencia para ciertas adicciones.

Aunque no nos extraña la manera de legislar. Acosar a fumadores tiene, en la política mediática actual, muchas ventajas y pocos inconvenientes. Lógicamente la persecución del tabaco asegura buena presencia en el papel impreso y deja en el inconsciente colectivo un agradable sabor a preocupación. No se engañe, los talibanes de la salud no están pendiente de usted, sino de los bonos políticos que adquirirán encauzando a la población de acuerdo a sus sesgados juicios.

Es importante que parlamentarios atiendan a Montesquieu, «en un Estado libre, todo hombre, considerado como poseedor de un alma libre, debe gobernarse por sí mismo». A eso deben apuntar las normativas, a defender el derecho a elegir el estilo de vida que cada uno quiere, sin tener que quedar confinados en un oasis para amantes del cigarro.

No anulen en los fumadores la palabra libertad, que luego de la constante segregación de espacios su sentido se ha destruido.

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