“De los diversos instrumentos del hombre el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo (…) Pero el libro es otra cosa: el libro es la extensión de la memoria y la imaginación”. Así se refiere Jorge Luis Borges sobre el libro de papel, aquel que ha perdido fuerza en el tiempo, guardando el cariño de algunos y el olvido de otros.
La revolución de la tecnología, esa que deja obsoleta más rápido que el encendido de un celular, también ha surtido efectos en el clásico y nostálgico texto de papel. Cada vez es más común escuchar que pronto desaparecerán poco a poco de las estanterías, las ediciones que nos han acompañado desde la creación de la imprenta y con ellas –también- la lectura.
Pero ¿de quién es la culpa? ¿Del e-book, los impuestos, del desinterés de los lectores o de los ineficientes programas de Gobierno que no han fomentado este hábito?
Entre las 50 medidas de la Presidenta Bachelet para los 100 primeros días de su administración, se encuentra contemplado perfeccionar el actual “Plan Nacional de la Lectura” para estudiantes de educación general. El gran desafío consiste en estandarizar la comprensión lectora de acuerdo a los actuales valores del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA).
La implementación de este plan, el mismo –con ciertas modificaciones- que no ha dado resultados en gobiernos anteriores, se transforma en una necesidad debido a que el rezago de la población joven y adulta, con escolaridad básica o media no concluidas, es alto. Asimismo, los niveles de alfabetización en lectura para la población entre 15 y 65 años, están lejos de ser satisfactorios.
Esta crítica realidad se debe a múltiples factores que han generado la decadencia de la lectura, siendo los nuevos soportes virtuales, como el e-book o libro digital, una de las causas que han disminuido las ventas de textos en el formato clásico.
Según Alfredo Riquelme, sociólogo de la Universidad de Chile, otros elementos que han ocasionado la baja demanda del modelo papel y el desinterés por la lectura son “los altos costos de los libros, la alta penetración de la cultura chatarra y las pésimas condiciones psicosociales para disfrutar al leer. La lectura se ha desplazado como hábito”.
El experto también explica que “la costumbre de leer existió en Chile alguna vez profundamente, resultando un nivel cultural elevado, pero en los últimos cuarenta años ha venido en rodada”.
LA ORÍGENES DE ESTA PROFUNDA CRISIS
Pensar que los avances dados por la globalización, son el inicio del estado de coma de las ediciones impresas, sería caer en un completo error. Hasta la década de los sesenta, una librería vendía absolutamente todo.
Así lo afirma Héctor Velis Meza, periodista, escritor y asesor del directorio de la Feria Chilena del Libro, quien recuerda haber visto -en archivos de la empresa- fotografías que retratan el impacto de la literatura en la época.
“Hay imágenes del local de Huérfanos, del año 1968, donde aparecen carabineros en su interior manejando a la multitud de gente que se agolpaba para comprar libros. Otras retratan largas filas que daban vuelta a la cuadra, solo para adquirir un texto escolar”, describe el escritor, asombrado por la realidad de entonces.
Con el paso de los años, durante la segunda mitad de la década de los setenta, esta realidad cambió. La gente comenzó a dejar de leer y de visitar las librerías por lo que ya no se justificaban estos amplios espacios. Es así como se da inicio a la decadencia de la lectura, a la baja de las ediciones en el mercado y en su conjunto al cierre paulatino de importantes librerías nacionales.
¿Pero cuáles fueran las razones de este abrupto cambio? Los ejemplares subieron de precio como la espuma, el impuesto al libro era la nueva realidad que encareció en un 20% los textos en venta. Es entonces que se desata la crisis que repercute hasta la actualidad, factor que se suma al fuerte cambio de interés o mentalidad de la sociedad chilena.
De esta forma lo describe Veliz Meza, quien señala que a “la gente le empieza a importar tener cosas, aparentar a partir de lo material. En los setenta surge una transformación cultural, en donde las personas pasan de ser respetadas por lo que sabían, a ser destacadas por las cosas de valor que tenían. Desde entonces dejó de tener prestigio el saber”.
Con este cambio social ya no se justificaban las grandes librerías, ni números exorbitantes de ejemplares. El libro papel continuó luchando en el tiempo, pero ahora estamos en presencia de una segunda crisis, una más avasalladora, que se encuentra acompañada de la tecnología. Elemento del que no se sabe si terminará por extinguirlos.
Para el Centro de Conservación Ecológica Internacional (CCEI), los nuevos soportes no significan una amenaza, sino que un beneficio, porque cada libro multimedia de doscientas páginas, evita la tala de ochenta mil árboles.
No obstante, un grupo reducido no comparte ninguna de estas garantías y niegan por completo rendirse a la tecnología que ha abandonado la verdadera esencia del libro.
LOS NOSTÁLGICOS
Aquel modelo de ir a las librerías a ver qué ha llegado, de pasearse por los anaqueles de las bibliotecas o de fotocopiar novelas enteras para ahorrar varios pesos, son prácticas en peligro de extinción que algunos se rehúsan a abandonar.
Aunque un estudio realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en el año 2012, Chile figura como el país de la región en el que menos se lee voluntariamente, la mayoría lo hace por obligación, principalmente, por razones académicas y laborales.
Es de esta manera que las librerías se han transformado en espacios de nicho, una especie de boutique del libro, que convertirá a este instrumento en un objeto de lujo. El académico y escritor Velis Meza, concluye que “las nuevas generaciones son más sociables con la versión multimedia. Sin embargo, cuando ellas dejen de ser nuevas generaciones, adquirirán gustos burgueses y empezarán a disfrutar de cosas que antes no tomaban en consideración”.
El libro, como lo afirma este intelectual inmerso a diario en el mundo de las letras, llegará a ser un símbolo de estatus, como lo es por estos días el vinilo. Lo que da la esperanza de que el formato papel no muera y se convierta en el privilegio de algunos que tendrán el gusto exclusivo de obtenerlos y conservarlos.
En toda democracia, la cultura es un valor fundamental para la vida y el desarrollo de los ciudadanos, es por eso que más allá de la extinción del libro, lo fundamental es la habilidad que se cultiva detrás de la lectura, la comprensión.