Es perfectamente respetable que alguien se oponga a la despenalización del cannabis o del aborto, pero no resulta prudente que dicha visión se imponga sobre otra y lo prohíba. En conclusión, si no quiere abortar, no lo haga.
Las veces que se ha analizado a Chile desde el extranjero y en las últimas décadas el diagnóstico ha sido similar, el país vive una profunda dualidad: somos liberales en los económico pero bastante conservadores en lo valórico. Es que a pesar de que nuestro Estado es laico desde 1925, sólo en 2004 se consiguió algo que parecería básico, la ley de divorcio.
Pero de ese momento pasamos al 2015, sólo 11 años después y el país vive una realidad completamente diferente. Ya en el primer mes de este año se aprobó el Acuerdo de Unión Civil que viene a saldar una tremenda deuda con las parejas homosexuales; en ese mismo sentido, para este segundo semestre se espera la aprobación de la Ley de Identidad de Género que busca facilitar los trámites legales que le otorgan identidad –ante el registro civil- de transexuales, transgéneros y travestis, evitando de tal forma los burocráticos formularios y los “humillantes” exámenes que deben someterse para acreditar su sexualidad.
En otro ámbito encontramos la Ley de Autocultivo de cannabis, que la Cámara de Diputados ya aprobó en general y que permite el consumo legal de Marihuana con fines recreativos y medicinales. De ser aprobada en el Senado, los chilenos podrían cultivar hasta seis plantas y portar hasta 10 gramos; todo esto bajo argumentos como el comprobado uso terapéutico, el nulo éxito de las políticas prohibicionistas que han permitido la proliferación del narcotráfico y la puerta de entrada a otras drogas, y finalmente una sobrepoblación en las cárceles chilenas.
Otra política que también ha dividido a la opinión pública es la relacionada con el aborto. Recientemente la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados aprobó la idea de legislar sobre este tema y si no ocurre nada excepcional se aprobará en un futuro no muy lejano. La idea principal es que las mujeres tengan el derecho de decidir por su cuerpo e interrumpir un embarazo en tres casos: riesgo de salud de la madre, inviabilidad fetal y violación.
Si pudiésemos sintetizar cuál es el punto que une a todas estas iniciativas es claramente la libertad individual de las personas. El razonamiento común indica que vivimos en una democracia donde las personas deben tener el derecho a decidir; por eso es perfectamente respetable que alguien se oponga a la despenalización del cannabis o del aborto, pero no resulta prudente que dicha visión se imponga sobre otra y lo prohíba. En conclusión, si no quiere abortar, no lo haga.
Con todo lo anterior, no parece descabellado hablar de una revolución de las libertades. Pero si hay que reconocer que la idea pierde fuerza cuando se considera las regulaciones que se están realizando al consumo de tabaco. No se trata que el Estado no se pueda meter, pero es evidente que este política está mal planteada, eso de no fumar en playas o parques es imposible de fiscalizar, la eliminación de aditivos como el mentol pareciera que escapa de sus atribuciones ¿Qué es lo que puede hacer entonces? Prevenir y educar.
En Quiero Elegir siempre defenderemos las libertades civiles, eso sí, con respeto.