Al parecer esta frase tan repetida en el Congreso, debido a la discusión sobre el monto mínimo establecido, aún no cobra sentido entre parlamentarios que regulan -sin prestar atención- el bolsillo del 10,3% de las familias chilenas, quienes se deberán conformar solo con 250 mil pesos, es decir, seguir viviendo con lo justo.
Si el horizonte del actual Gobierno es darle mayor estabilidad a los trabajadores de nuestro país, donde el desarrollo alcance todas las capas sociales y la desigualdad sea derrotada, con este convenio salarial -establecido hasta el 2015- toman distancia de una política participativa y justa.
De acuerdo a la OCDE, Chile se encuentra en inferioridad respecto a las expectativas salariales, situándonos como la primera nación latinoamericana con los sueldos más bajos. En la actualidad, un trabajador gana 3,01 dólares, equivalentes a unos 1.600 pesos, lo que aclara que el reajuste acordado se encuentra desfasado en relación al tamaño de la economía nacional, representando menos de un 30 % del PIB per cápita.
Al evaluar estas cifras, sin exagerar, podemos pensar que con el sueldo mínimo líquido alcanza nada más que para arrendar una pieza, pagar transporte y un kilo de pan diario. Seguramente para una familia sustentar estas necesidades básica es vital, pero no les permite vivir con dignidad y continúan sumidos en índices de pobreza.
Marco Kremermanel, economista de la Fundación Sol, dedicada a la investigación del mundo laboral en Chile, sostiene que «tenemos una gran deuda de arrastre, los actuales ingresos no reflejan el costo de vida que enfrentan muchos trabajadores. En esta discusión el equipo ganador siempre termina siendo la elite política y empresarial”.
En ese sentido ¿cuándo serán los trabajadores los que triunfen? Dado el debilitamiento generalizado de sus organizaciones y sindicatos, esta realidad se ve bastante alejada, a pesar que de que los políticos deben velar por el bienestar y equidad de los chilenos, para eso son electos; y a propósito, por una dieta bastante alta.
Sin embargo, ¿se cuestionarán realmente el “sueldo ético” de los que se levantan pensando si llegarán a fin de mes? Al parecer no, porque mientras se formaba el debate en la Sala del Senado, se aludía con facilidad al sentido de vivir con dignidad, obviamente, sin las repercusiones necesarias.
“Algo tenemos que hacer en Chile porque el salario ofrecido es muy bajo, suponer que un padre de familia va a poder sustentar a una familia es ser iluso”, expresaba el Senador RN, Alberto Espina. Asimismo, la gremialista del PDC, Carolina Goic insistía en que “esta discusión siempre ha sido ingrata. No podemos pretender cambiar la realidad de un hogar con este monto”.
Queda claro que frente a este tema hay concordancia de ideas entre los sectores políticos, pero lamentablemente no se plasman en la realidad. En 2011 el reajuste fue del 2,2%, el 2012 del 3,3%, el 2013 del 6,8% y este año solo de un 2,4%, lo que da señales de un sistema que no evoluciona, sino más bien responde a negociaciones cortoplacista.
Las migajas de la torta que recibirán hoy los trabajadores, dan cuenta de que los últimos cuarenta años están enmarcados en un periodo de retroceso en la consecución de nuestras aspiraciones. La justicia no está de la mano de los responsables de una sociedad más ecuánime y las consecuencias se reflejan en las imposibilidades de acceso a una vivienda, salud y educación más digna.
El Padre Alberto Hurtado definía con gran certeza el tema señalando, “la dignidad del hombre es atacada cada vez que tiene que vender su trabajo por un salario menor de lo justo”. Mientras esto ocurra, los sectores vulnerables de nuestro país seguirán esperando alcanzar un mejor nivel de vida.