Usted al igual que yo quiere tener derecho, derecho a elegir. Usted al igual que yo quiere tener derecho a decidir cómo vivir, amar, participar de lo que cree y gusta. Derecho a optar qué y dónde consumir, dónde salir y hasta qué hora hacerlo.
Usted al igual que yo quiere poder acceder a los servicios básicos, a salud de calidad, a educación como herramienta de desarrollo personal y profesional. Usted al igual que yo quiere elegir vivir con una gama de opciones, con las posibilidades de expresar nuestras ideas, por lo tanto, usted al igual que yo debe tener la libertad de escoger si fumarse o no un pucho aquí o allá, con el sabor y cantidad que estima conveniente, ¿excepto que considere que prohibir es la forma para convivir?
Señor Estado ¿qué pasa en Chile que está adoptando leyes para todo, restringiendo lo que considera incorrecto y permitiendo lo que cree apropiado?
¡No lo niegue! Queda claro que nos obligan a ser de una forma determinada. Existe una ley para la gente que maneja ebria, otra que nos dice hasta qué hora carretear o comprar alcohol, unas que rayan en lo absurdo, como la que impone dónde podemos y no podemos fumar, y en trámite un proyecto brillante –para los genios parlamentarios- que busca prohibir los saleros en los restaurantes.
Si hoy señor Estado nos castiga con tantas regulaciones ¿qué será lo que nos va a ordenar mañana? No lo sé, pero seguro nos priven hasta respirar y las excusas para ello sobrarán. Entonces si la salud física no basta como pretexto para crear leyes, ¿continuarán jugando con la salud mental?
Para el filósofo inglés, Jeremy Bentham, su noción de ciencia de la legislación, fundada sobre el principio de utilidad, señala que “el fin del Gobierno es maximizar la felicidad de la comunidad y el equilibrio del placer».
Todos sabemos que su obligación es velar por el bienestar de las personas, pero ¿es la solución regular con leyes que nos inhabilitan de la autodeterminación? Cuando se aprueban normativas, los políticos fanfarronean “lo hacemos para resguardar el bien de la comunidad” y sí, ese es su deber.
Por lo mismo, señor Estado, le pido coherencia entre lo que debe realmente hacer y lo que hacen nuestros parlamentarios. Informar, educar, capacitar y crear conciencia significa resguardar la formación de una sociedad más justa, sin limitar a unos cuantos para que otros tantos se sientan felices.
Entienda que la libertad individual se crea en base al respeto de las personas y la comunidad, aunque a veces esto resulte la mentira más grande cuando los intereses se solapan. Pero como usted es el encargado, le pedimos que invierta en mejorar la calidad de vida, no con leyes prohibicionistas, sino con normativas que contribuyan a la “cultura de la conciencia”, la que nos permitirá entender que nuestras acciones repercuten en el resto.
Señor Estado nunca es tarde para que empiece a cumplir su rol. Yo al igual que usted quiero elegir autonomía y coherencia en nuestro pensar, sentir y actuar. Una buena nación respeta los derechos civiles de todos, entendiendo el carácter independiente del ciudadano como consumidor que tiene derechos y deberes, permitiendo así que cada individuo pueda decir. ¡YO QUIERO FUMAR!