La semilla como símbolo de vida y de futuro, es por estos días tema de controversia nacional, al igual que en otros países latinoamericanos que ya se han declarado en contra de los alimentos transgénicos y el monopolio que ejerce tras el concepto de semillas patentadas, objetivo que buscan Transnacionales como Monsanto. Según esta lógica, quién controla las semillas controla el mercado de los alimentos, y por ende, el desarrollo de la sociedad mundial.
Actualmente el 85 % de los cultivos modificados genéticamente se concentra en solo 3 países: Estados Unidos, Argentina y Canadá. Hasta el momento solo se cultivan comercialmente 4 productos: algodón, maíz, soya y canola. Ahora, el debate está instalado en nuestro senado, ad portas para resolver el futuro de Chile, país que ontológicamente es un país agricultor.
Entendiendo las repercusiones que conllevaría de ser aprobada esta ley, actualmente en discusión en nuestro senado, nos remontan a una actividad básica para el desarrollo del país y de su comunidad, la agricultura, una actividad que sustenta a gran parte de nuestro territorio. De aprobarse, cada agricultor deberá comprar las semillas que utilizará en su proceso de siembra, dado que por “Derecho a la propiedad intelectual”, estas estarán patentadas por compañías transnacionales como Monsanto. Así los campesinos y agricultores, deberían sumar año tras año el costo de las semillas, pero además el de los productos como pesticidas, dado que la intervención genética del ADN de los alimentos, también significa que son resistentes a las formas naturales de fertilización y protección de plagas.
Muchas son las aristas de esta ley. Los efectos negativos nos afectarán a todos, los agricultores por verse obligado a ser parte de un monopolio abusivo, a los vecinos de las plantaciones, por verse expuestos a los pesticidas cada vez más tóxicos, y los consumidores, que verán a largo plazo los efectos de comer alimentos alterados en su composición genética.
Es curioso ver como nuestras autoridades, dan prioridades a políticas públicas que supuestamente van en beneficio de la comunidad, prohibiendo como por ejemplo los cigarrillos con mentol, basado en supuesto efectos adictivos, y no pronunciarse con voz firme contra el consumo de alimentos transgénicos, contra Monsanto, compañía que tiene a su haber la creación de productos como el Aspartamo, endulzante químico, cuyo consumo tiene un largo historial de daño a la salud, específicamente de aparición de tumores cerebrales.
¿Podemos realmente elegir vivir sanos? Nos queda la interrogante, en especial como en algunas medidas tenemos un Estado Paternalista, que incluso sobrepasa nuestras libertades individuales de elegir, y frente a decisiones tan relevantes como es el futuro de nuestra alimentación y el cuidado de nuestro medio ambiente, parece ignorar las reales consecuencias de esta ley en beneficio de acuerdos desconocidos para el ciudadano común.