Se acababa de aprobar la Ley Antitabaco y nadie la había interiorizado todavía. Entramos a un pub con un grupo de amigos y decididamente saqué un cigarro y mi encendedor. Nadie prestó atención, a excepción del mesero, que de forma escandalosa me pedía que apagara el pucho para evitarnos un parte a ambos. Al parecer es el único que ha velado para que se ejecute esta Ley, ya que a los Seremis de Salud se les escapó de las manos.
De ese entonces se convirtió en una costumbre pedir permiso para fumar. Iba sólo a locales que tuvieran terraza habilitada para fumadores y se hizo un panorama común compartir con amigos en plazas y parques para no tener problemas con nadie. Según explicita la ley, no se puede fumar en lugares privados de acceso público, pero de inmediato, luego de la promulgación de la Ley Antitabaco, en marzo de 2013, el Senador Guido Girardi ingresó una moción que delimitaría aún más los espacios permitidos para echar humo.
En julio de este año la cosa se puso complicada. El Senado comenzó la votación para prohibir fumar en plazas, parques y playas ¿Dónde quedó la acotación a los espacios privados? Lo mismo pasa con los estadios, que si bien los hay públicos y privados, no cuentan con techos o toldos que encierren el humo. El mismo proyecto incluye la creación de cajetillas genéricas y la prohibición de la venta de cigarrillos con aditivos como menta o vainilla ¿No serán muchas restricciones?
Uno como fumador entiende perfectamente que si hay niños cerca no se puede fumar, es un tema de respeto y de cultura, asimismo el preguntar si puedes prender un cigarro cuando compartes con gente que no fuma. Eso nos hace entender que nos tratan como idiotas, con leyes sin consenso ciudadano; no creo que sea necesario apresarnos en nuestras casas con puertas y ventanas cerradas, porque de ser así lo que falta no es imponer un mandato tras otro, sino entregar educación a quienes no planean dejar su vicio y a las nuevas generaciones que deben crecer con la conciencia necesaria para discriminar factores nocivos que se transforman en una opción.
De la misma forma el Estado no puede pretender que sus leyes se cumplan si no entregan una correcta fiscalización. Tal y como se explicaba en un comienzo, la fuerza de la costumbre siempre puede más que nosotros mismos y si las autoridades no están dispuestas a recordarnos que hay una condición en curso, no pueden esperar que lo sepamos por haber visto las noticias un par de veces en televisión.
Igualmente la Ley Antitabaco pronuncia que “se prohíbe fumar en galerías y tribunas de recintos deportivos”, algo que hoy no se está cumpliendo en ninguno de los estadios de nuestro país, lo que deja en evidencia que la norma impuesta carece de peso, convirtiéndose en algo vacío y, por supuesto, sin poder de fiscalización de parte de Seremis de Salud.
Pensemos por un momento que todas estas prohibiciones se cambiaran por una correcta educación en temas de tabaquismo; quizá habría menos fumadores, o los mimos de siempre, pero más educados.
Nos guiamos, como bien sabemos, por un consenso social, porque no apuntamos a que el cigarro nos haga bien, muy por el contrario, conocemos el daño que provoca. Sin embargo, hay quienes optaron por no dejarlo, pero en ese parámetro de negación debemos abrir las puertas al respeto con nuestros pares no fumadores.
Se hace necesaria una ley que eduque, no una ley que prohíba, porque a fin de cuentas ¿a quién no le gusta incurrir en lo prohibido?, por el mismo motivo comenzamos a fumar y asimismo lo seguiremos haciendo, pero – a lo Mago Valdivia – con respeto.