En tercero medio tuve una compañera que todas las semanas escribía una nueva carta de amor para su pololo. Resultaba que en todas ellas ponía solamente las iniciales de sus nombres: una “D” y una “C”, de Daniel y Camila. Se prometían un amor eterno y creo que han cumplido, siete u ocho años después, siguen juntos y con miles de proyectos por delante, pero con una diferencia: la “D” era por Daniela.
Con el tiempo, nuestro círculo se fue enterando de la relación lésbica que mi compañera mantenía, inclusive su familia tuvo la oportunidad de conocer a quien la besó durante años en secreto. Por suerte para Camila nadie la excluyó por su orientación, pero ese porvenir no es para todos, hoy por hoy, la expresión de género e identidad sexual se posicionan como el segundo y tercer motivo, respectivamente, para desencadenar bullying entre compañeros de colegio, según indicó un estudio realizado en 2015 por Fundación Todo Mejora.
El mismo reporte indica que los estudiantes no saben si sus instituciones cuentan con algún protocolo o procedimiento para reportar casos de acoso o agresión por bullying homofóbico ¡Y peor aún! El 10.8% de los alumnos, que fueron muestra del estudio antes mencionado, aclaran que han escuchado comentarios homofóbicos y sexistas por parte de sus profesores hacia sus compañeros, lo que indudablemente valida las formas de discriminación en base a estereotipos de género y orientación sexual.
¿Hasta dónde debemos llegar para poner un alto a las conductas agresivas en los colegios? ¿No basta con saber que Chile se sitúa en el segundo lugar, entre los países de la OCDE, que ha incrementado considerablemente su tasa de suicidio adolescente? Ésta es cuatro veces mayor a la que tienen el resto de los países de Latinoamérica y seguimos haciendo oídos sordos a nuestra realidad. En la misma línea, cabe destacar, que la población LGTB (Lesbianas, Gay, Trans y Bisexuales) es una de las más vulnerables, sobre todo porque muchas veces no cuentan ni siquiera con el apoyo de sus familias.
Claro está que hacen falta programas de estudio inclusivos, entrenamiento a los docentes y académicos, para que sepan cómo actuar ante determinadas situaciones, así como incentivar mediante propagandas orientativas el respeto hacia el otro; pero también es necesario que, como país, comencemos a educar a las futuras generaciones en la diferencia. Porque lo que nos hace ricos culturalmente, no son los uniformes, es la diversidad y la individualidad de cada uno, una identidad que no debe ser sesgada o restringida por nadie.
No basta con tener una ley antidiscriminación si no estamos informando cómo podemos ampararnos en ella. No podemos dejar que el 13.5% de los estudiantes se sienta inseguro en sus escuelas, o que el 25.7% de los mismos reporte haber escuchado comentarios “ofensivos” hacia sus compañeros en la línea de “eso es tan gay” o “él/ella es tan gay”, porque ser homosexual no debería, en ningún caso, ser un insulto.